Patricio Brodsky y profundo análisis del que no tengo nada que decir, salvo cosas buenas:
La masacre actual excede todo lo conocido…
No son los datos con su abrumadora evidencia los que horripilan, sino la repetición en medio del silencio cómplice del mundo llamado civilizado.
Es preciso detenerla para que judío y masacrador no se vuelven sinónimos…
…la victoria militar sobre el pueblo palestino tiene un nombre inequívoco: genocidio, y que las masacres solo abren el curso de nuevas masacres.
Declaración de Intelectuales Argentinos
publicada durante la Guerra del Líbano de 2006
A pesar que el concepto de Genocidio tiene una definición jurídico-política muy clara y que refiere a la existencia de un plan sistemático de exterminio, en los últimos años, y en particular alrededor del conflicto árabe-israelí, fundamentalmente a partir de la propaganda política palestina y a la existencia de un ejército de neófitos (y aun de “especialistas” académicos) que se lanzan a realizar afirmaciones banales y análisis prejuiciosos, este concepto ha sido virtualmente desacreditado y ha perdido su relevancia política.
Este concepto es aplicado en forma prejuiciosa e irracional con el sólo propósito de desacreditar al estado de Israel, y es así cómo se ha naturalizado la infundamentada idea que éste estado es genocida y aplica políticas de limpieza étnica; nada más lejos de la verdad.
La propaganda anti-israelí tan afecta a abstraerse de los hechos históricos plantea hipócritamente que los israelíes son “Peor que los Nazis”[1], este planteo es hipócrita pues quienes acusan al estado judío de ser nazi realizan esta acusación sin ocultar su profundo odio contra todo lo judío (incluyendo al estado de Israel).
Para quien está medianamente informado y no lo impulsan los prejuicios, saben que esta acusación no sólo es un absurdo sino, adicionalmente, es prueba cabal del odio antijudío del que la enuncia.
No nos detendremos a explicar aquí la desigual responsabilidad de árabes e israelíes en el conflicto que lleva 60 años, sólo aclararemos que mientras Israel, ya desde su declaración de independencia, llama a la convivencia pacífica, los árabes, sistemáticamente, se han negado a aceptar al estado de Israel y han declarado una guerra a muerte que ya lleva seis décadas.
Si de algo sirven los estudios comparados es para dar cuenta de los diferentes hechos puestos en correlación. Cuando comparamos el “genocidio” árabe a manos de Israel con crímenes de masas reales nos hallamos con una catastrófica derrota de los argumentos acerca de un supuesto carácter genocida de Israel.
Existe, en algunos grupos, una evidente obsesión en demonizar a Israel, expresión de ello es sanción, en dos oportunidades, por parte de la ONU, de la condena del sionismo como una forma de racismo, en 1975 impulsada por la URSS y en 2000 impulsada por el bloque de países islámicos.
El conflicto árabe-israelí ocupa un lugar preponderante en la prensa occidental, tanto que pareciera ser la conflagración en la cual se han perdido más vidas desde la segunda guerra mundial. Pero cuando uno contrasta el espacio que ocupa en los medios con la importancia relativa (en lo que a muertos se refiere), uno se encuentra con una enorme desproporción, sobre todo en lo que se refiere a retratar a Israel como un monstruo sanguinario.
Esta obsesiva campaña de descrédito sólo se puede explicar desde una percepción alterada según la cual Israel ocupará, en la fantasía colectiva, un lugar mucho más preponderante que el que en realidad ocupa. Recordemos aquí que según una encuesta realizada en Europa en 2003, el 59% de los europeos consideran a Israel como la principal amenaza a la paz mundial.
Esta evidente obsesión con Israel tiene el mismo fundamento (y es heredera) de aquella tradición que ubica al judío en el lugar siniestro del conspirador global. Este es uno de los mitos fundantes del antisemitismo moderno, el cual arguye la existencia de una supuesta ‘conspiración judía’ para la dominación del mundo.
No existe evidencia alguna del supuesto plan de exterminio palestino por parte de Israel, ni siquiera se puede inferir esto de la relación entre víctimas árabes e israelíes del conflicto; sin embargo, merced a la propaganda antiisraelí, los medios de comunicación occidentales continúan titulando en este sentido, y siguen etiquetando a Israel como un sistemático “violador de derechos humanos”.
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